La isla

Hace ya una eternidad que las cadenas se conviertieron en un vajilla de duralex.

Son duras pero, con un golpe seco, se dispersan crepitano en mil cristales como joyas robadas un sábado-noche de borrachera.

Cubiertos de olor güisqui pretenden esclavizar a aves que vuelan libres. Ya se ven en el horizonte de la isla.

Aquella tribu que seguía al ídolo de cartón, se ahogó al atravesar las aguas azules que tan bien retrata Laura.

Ya no hay escapatoria ni para los marcianos, ni para los amantes de emociones fingidas en sillones de despacho.

Los habitantes de la isla, son libres.