Las chicas de los pies desnudos

 

 

 

Diario IDEAL, 11 de febrero 2015

 

Son casi las dos de la tarde. Es lunes. Ayer llegué de Polonia. Arranco entrenamiento de cara a esta nueva temporada deportiva. Y como otras veces, uso mi tiempo de correr por los caminos de Torrelodones, para pensar en qué escribir. Esta semana lo tengo muy claro. He estado en Auschwitz-Birkenau. Cuatro años. A la cuarta ha sido posible. Este viaje ha sido perfecto. Cita con la Historia. Venía de Gdansk, ciudad que vio cómo el comunismo y el socialismo real, cavaban su tumba para siempre y llegué a Oświęcim, la ciudad polaca que alberga el mayor cementerio del mundo. Ya en el aparcamiento mi corazón latía rápido, como rápida fue mi entrada. Sólo al vislumbrar la inscripción ‘Arbeit macht frei’ fui consciente de que ya nada volvería a ser igual. Aún repaso, segundo a segundo, las más de cuatro horas que permanecí en el campo número ‘uno’ y ‘dos’ de Auschwitz-Birkenau. Cuatro horas largas donde casi siempre sentía un enorme ahogamiento. Las salas donde las guías guardaban un estricto silencio o donde no se podían sacar fotografías, hacían los segundos caer lentamente, mientras llorabas viendo las miles de cabelleras cortadas y guardadas en esas cristaleras enormes que representan el escaparate del horror, observabas maletas amontonadas, penetrabas en las cámaras de gas, celdas de castigo, letrinas, barracones de madera o se prendía en tu nariz el olor de los hornos… Se habla de 1,5 millones de personas muertas, asesinadas, quemadas, exterminadas en ese Konzentrationslager.

Sin embargo de toda esta visita, de la que preparo una exposición fotográfica, si todo va bien, con motivo de los 70 años de su liberación por parte del Ejército Rojo soviético, hay algo que me sigue angustiando. Una de la salas de los bloques del campo número uno (viejo acuartelamiento que el ejército polaco tenía en la ciudad), albergaba apiladas miles de gafas o zapatos de sus prisioneros. Zapatos de niños… cientos. Ahogado. El siguiente se vuelve insoportable. Sumamos docenas y docenas y docenas de zapatos de mujer… sandalias, zapatillas, tacones… Eran los restos de aquellas mujeres que también fueron exterminadas. Me sentí incapaz de tomar una sola foto. Me siento asfixiado, ahogado. Llego a una sandalia blanca, pegada al cristal. Acerco mi mano intentando tocarla, imaginando acariciar el pie desnudo que la lucía, sandalias de verano, de verano polaco; unas piernas al aire, jóvenes, lozanas, judías… piernas de mujer, pies de mujer desnudos. Mujeres descalzas listas para ser exterminadas. ¿Cuántas mujeres dejaron de andar descalzas en su casa, en la playa, sobre la hierba que inunda la frondosa Polonia? ¿Cuántas caricias en aquellos pies desnudos quedaron para siempre apagadas? El horror.

Auschwitz-Birkenau es el horror. Un monumento a lo que es capaz de hacer el ser humano cuando lleva al paroxismo eso de que ‘el hombre es un lobo para el hombre’.

Durante la visita, dudé muchas veces si toda aquella retahíla de detalles macabros era necesario conocerlos para comprender la locura. Sigo dudándolo. Sin embargo, creo, y creo firmemente en que todo hombre y mujer de buena fe debería conocer no sólo Auschwitz-Birkenau, sino conocer Polonia. Cada día estoy más convencido que este país ignorado por muchos, es guardador de la llave de nuestra Historia más reciente. Historia europea. Hay que visitar y conocer Polonia para saber por qué los actuales países que existen tienen las fronteras que tienen y sobre todo, qué fue lo que pasó desde 1939 hasta 1945 para que después de aquella maldición llegara la larga travesía del yugo del comunismo y el socialismo real que también ve en Polonia su tumba.

Auschwitz-Birkenau quedó liberada hace 70 años. Allí se encontraron apenas a siete mil supervivientes: viejos, niños, mujeres enfermas. Hoy, como europeo, como ser humano, me siento en deuda -siempre lo he sentido así- con aquellos hombres y mujeres, la inmensa mayoría judíos polacos, que perdieron su vida por la esquizofrenia de la supremacía de la raza aria. Fue el terrible pago que Europa debió realizar para ser hoy lo que es. Más cuarenta y cinco años del vampirismo comunista que ponía en práctica el socialismo real, otro experimento alienante.

Es impensable que hoy, en 2015, un polaco (o un simple hombre de buena voluntad y fe) desfile por algún sitio blandiendo una bandera con la araña negra. Tampoco lo es hacerlo con una bandera de la URSS. Ni en Oświęcim ni en la Puerta del Sol. Continuará…