Lecciones de economía

Diario IDEAL, 19 agosto 2009

Creo que hasta la fecha desde que comencé escribiendo en esta columna, nunca antes había tocado la Economía. Y la uso en mayúsculas porque de lo que hablaré a continuación, bien lo merece. Fue en 1987 cuando entré en contacto con los conceptos de la Macroconomía y su hermana detallista, la Microeconomía. Desde entonces, más o menos, soy capaz de entender cualquier diario, balance o análisis económico y/o financiero. Por eso, a veces, cuando oigo a nuestros políticos -esos mentirosos compulsivos-, veo algunos telediarios o leo algunos periódicos, creo, particularmente, que me toman por tonto. Aquí los bolos, bulos y bolas salen gratis.

Llega septiembre. En Francia y Alemania, e incluso la EE.UU. de Obama, ya crecen. España no sólo no ve el túnel sino que seguimos cuesta abajo. Aquí los brotes verdes sólo se ven en el balcón de Nicolás, en la chaqueta ossy de Angela o en las incipientes canas blancas de Obama. Aquí, la socialdemocracia del comerciante de zapatos, nada de nada. Y no es que él tenga la culpa, que en parte sí, sino que hay diferencias estructurales y coyunturales que nos separan, cada día un poco más, de los que siempre han sido los primeros de la clase.

Parece que el negocio de los pisitos de corte y comisión sigue pesando demasiado. El precio en EE.UU. ha bajado un 30%; aquí un escaso 10%. ó 12%, aunque las grúas, afortunadamente, hayan desaparecido del horizonte. A menos grúas, menos sobornos, prevaricaciones y concejales untados hasta las trancas. Sigue la caída en picado del consumo interno, es decir, los españolitos nos gastamos menos en la calle, pese a ser un país repleto de funcionarios. Además, contamos con un problema de financiación de nuestras taifas que no se encuentran ni los gabachos, ni los frankfurters, ni los american dreams. Se ha despilfarrado tela construyendo un edificio artificioso lleno de enchufados, lobbies, familias, amigos, en pos de una más que discutible autodeterminación financiero-política que ha encorsetado la ya rígida sociedad española que arrastra desde los setenta unas escasas ganas de mover el culo de su pequeño terruño para buscar más y mejores oportunidades como se hacía en los 50 y siguientes. Esa rigidez laboral es otro escollo cultural que nos separa, y mucho, de nuestros vecinos.

Un americano medio cambia hasta diez veces de trabajo a lo largo de su vida laboral. Aquí, manda la tríada: piso hipotecado, oposición y matrimonio con muebles. Y por último, la escasísima tasa de creación de empresas -mejor ser sindicalista liberado-. Los españoles, otrora líderes mundiales en aventuras descubridoras, somos los menos emprendedores de toda la Unión Europea. Este verano, además, se han perdido hasta turistas -2,4 millones-.

Lamento todo este rollo macroeconómico, pero sería conveniente que no nos dejáramos engañar por la verborrea socialpopular de los políticos españoles: con ellos jamás va la película. Sin la necesaria implicación del ciudadano español aquí nos nos salva ni san Obama ni la virgen de Merkel. Es necesario reactivar el consumo privado, hacer las maletas para buscar curro, inventar, promover, detectar y activar a los emprendedores -no cazadores de subvenciones con carné de partido- y optar, sobre todo los jóvenes, por el mercado de alquiler (España tiene un 11% del mercado en alquiler; Alemania un 60%).

Acabo con una maravillosa frase de Leopoldo Abadía, 75 años y catalogado como un gurú macroeconómico y preguntado sobre qué consejo le daría a los mileuristas, afirma: Al mil eurista, que trabaje. Que pida empleo en 27 sitios.

Pues eso: toca trabajar. Nos toca trabajar. Es hora de trabajar.