Ni órdenes, ni señores

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Diario IDEAL, 11 Diciembre 2013

Antena 3 tuvo el acierto de programar este domingo noche la emisión de ‘Invictus’, la peli del maestro Clint Eastwood, ahora de rabiosa actualidad por la muerte de su protagonista en la vida real: Nelson Mandela. No voy a desglosar aquí la obra y milagros del líder sudafricano porque doctores tiene la Iglesia. Su capacidad de perdón, sus ansias de reconciliación y poner las bases de una Sudáfrica moderna, es su mejor herencia, al margen de esas amistades peligrosas que gustó mantener y unos herederos que aún estando el cadáver caliente, ya están peleándose. Como todo gran hombre, con sus luces y sus sombras. Pero no se trata ahora, como digo, de analiza la figura de Mandela, hombre sin parangón ahora en la plana, aburrida y corrupta Europa, con España a la cabeza. No, me detengo una vez más en el momento histórico de esa final de rugby de 1995 en el que por fin, un país, una nación, se identificaba con un deporte históricamente solo de blancos.

Es curioso como aquí, en la película todo gira entorno a este deporte. La realidad del país queda en un segundo plano para dar protagonismo a la gesta de un equipo que asumió ser la identidad de un país en unos momentos en que, incluso, las banderas eran diferentes. Mandela, dueño de gestos muy importantes, no dudó en enfundarse la camiseta verde y dorada, otrora, símbolo del Apartheid. Lamento haberme perdido esta parte de la historia. Sí, en 1995 no tenía ni idea de rugby, y los acontecimientos de Mandela y Sudáfrica nos quedaban tan lejos que no recuerdo ni una sola noticia al respecto en esos días. Pero es la maravillosa capacidad del cine, de poder vivir casi en directo unos acontecimientos que supusieron tanto para un país al que, por cierto, España y su bandera le deben mucho. Tuvo que ser Sudáfrica el país donde ganara España el Mundial de fútbol para que, salir a la calle con la insignia nacional, no supusiera -acto seguido- ser bautizado con el adjetivo calificativo demodé, progre, vacío y rancio de ‘facha’. Después de tanto años, es este país, símbolo de muchas cosas.

No imaginaba en 1995 cuando estaba recién estrenada mi independencia profesional de mi maestro Romualdo de la Chica que tantos años después comprendería las reglas, la filosofía, el estilo de vida que representa un deporte como el rugby. Vi Invictus, en su día, con mi hijo Fernando en el cine. Fue emocionante. Como lo fue la otra noche, una vez más, por la sobriedad en la dirección de un espectacular director del que nunca se habrá escrito suficiente. Gracias Clint Eastwood por enseñarme a amar el cine un poco más cada día. Las escenas de la película, en el campo, hubiese deseado captarlas con mi objetivo al igual que hago, casi todos los fines de semana con los chic@s del Indus. Gracias Mandela por mostrar con tus gestos la grandeza de un deporte; cómo incluso un deporte como el fútbol, fue en tu país, el que nos ayudó a reconciliarnos con el uso constitucional de nuestros colores patrios sin que nos insultaran por ello aquellos que veían en el rojo, amarillo y rojo, la reencarnación del águila de San Juan, restregándonos la tricolor, igual de inconstitucional que la plumífera, pese a que el artículo 4.1 de nuestra Carta Magna nos dejaba bien claro desde 1978 que representaba a una nación indivisible. 35 años de vigencia ya me han dado para leer y releer la Constitución unas pocas veces.

Pero eso es tener grandeza de miras como pudo tener Mandela o el propio Eastwood. Invictus es un poema que habla de muchas cosas. A Mandela le ayudó a construir una nación donde lo importante no era ser del norte, del sur, de izquiedas o de derechas. El color de piel sí que se ve. Y la bandera multicolor fue la que él consiguió que hombres y mujeres de todas la razas y etnias de su país, la identificaran como propia. Hasta en eso siento envidia del legado de Mandela. Ignoro si Mandela conocía esta cita de Séneca: Nemo patriam quia magna est amat, sed quia sua. ‘Nadie ama a su patria porque ella sea grande, sino porque es suya’. Pero hoy, tras todos estos años desde 1995, muchas cosas han cambiado. Creo en el rugby y creo en nuestra patria. Ahora me doy cuenta de todo lo que he podido aprender y aprehender de una película. Y sobre todo de cómo la realidad supera la ficción.

Sudáfrica seguirá siendo santo y seña de muchas cosas. Incluso del final de los versos de W,E. Henley: ‘No importa cuán estrecho sea el camino, cuán cargada de castigo la sentencia. Soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma’. No todos pueden decir lo mismo.