Aquellas maravillosas horas

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Diario IDEAL, 30 octubre 2013

Hay días en los que siento-percibo noto que el tiempo se me escapa entre los dedos. Lo comentaba ayer en Twitter sobre todo al ver cómo a mi hijo Fernando lo sometían, un día más, a otra difícil prueba para conseguir unos de sus sueños que es poder estudiar el curso que viene en USA. Nos estamos esforzando, todos, al máximo para que él consiga su sueño, no ausente de muchos retos, madurez, decisión, valentía y otros muchos aspectos que no todos tienen para dar un paso de semejante calibre y que en los tiempos que corren, no se lleva nada de moda. No en vano desde la organización que hemos elegido siempre nos lo dicen: él debe estar seguro. Hay muchos casos de permanencias abortadas. Pero mientras lo observaba atentamente dar la cara sin rubor y con la decisión de una persona de su talante, recordaba con lágrimas en los ojos aquellas horas en las que lo tenía en mi regazo. A él y al demonio de su hermano. De cómo ha pasado todo tan deprisa que, pese a estar muchísimas horas, mano a mano con ellos -nunca deberían ser suficientes para un padre entregado a la felicidad de sus hijos-, me senté en la silla de la cocina a gimotear porque le sensación de que no puedo controlar lo que está pasando, me desborda. Los estoy viendo crecer casi sin pestañear. Asisto cada día, como un testigo mudo, a cómo van superando sus diferentes años, retos, exámenes, decisiones, gustos, tendencias o pasiones deportivas. Y sin embargo, ya no puedo controlar nada. Los segundos se me escurren entre los dedos como si aquellos relojes de Dalí fueran en realidad un patada en la boca cuando se nos explica que eso, el tiempo, jamás podremos controlarlo, domarlo o adaptarlo a nuestros gustos.

Aquellas maravillosas horas de regazos calientes, dándoles el biberón mientras jugueteaban con el lóbulo de tu oreja o enroscaban sus índices, miles de veces, en los bucles que me colgaban de la nuca, o aquella sensación de asfixia cuando, dormidos contigo, te dejaban en modo ‘boa’ sus brazos alrededor de tu cuello sometiéndolo a las más altas temperaturas de los peroles de Chicote.

Los veo navegar en sus teléfonos, con sus gráciles movimientos enseñándome qué es un ‘craken’, cómo convertirse en un ‘root’ de lujo o en infinitas e interminables tertulias de sobremesa o sobrecena qué piensan de ésto, eso o aquello. Por favor, que paren que yo me bajo. Que me bajo de esta ruleta centrifugadora descontrolada que se está llevando a mis hijos, su inocencia y sus ojos limpios hacia la puta realidad. Les pido responsabilidad y ellos me demuestran que no es que sean responsables, es que la ejercen de forma responsable. Les pido esfuerzo y ellos se esfuerzan en doblarlo. Les pido compromiso con sus retos y los hacen inquebrantables. Les digo todos los días lo difícil que es ser padre y ellos parecen que saben hacérmelo cada día más fácil, mostrándome, sin apenas haber pasado por la universidad de la vida, lo sencillo que es forjar lazos de sangre que pese al tiempo, la edad o las dificultades que todos pasamos antes o después, sirven para que al final nos sustentemos los tres, como el mejor tridente que sujeta un banco para que jamás cojee.

Me siento cada día más afortunado por vivir junto a ellos todos los cambios y transformaciones que, segundo a segundo, sufre su cuerpo, su entorno, nosotros, la familia; asisto aturdido a todo ello sin apenas poder eslabonar palabras porque tengo la sensación de que si hablo, me pierdo otro instante. Este sábado cuando estemos en el estadio de rugby de Huddersfield viendo Inglaterra-Irlanda, será uno de esos, inolvidables. Junto a ellos dos.

No sé qué haré el año que viene con Fernando todo un año fuera y al siguiente, Alex. Voy a sufrir por su ausencia pero en el fondo me sentiré henchido de felicidad al verlos ser los mejores exponentes de lo único que podemos, hoy en día, asegurarles como herencia: su educación y su formación. Siempre le digo lo mismo: ‘no quiero que seáis ni los más altos, ni los más guapos, ni los más fuertes, pero lo único que os pido es que seáis los más educados’. Con educación siempre se respeta a los demás, nunca se ofende, nunca se roba, nunca se humilla. Con educación eres responsable, exigente y sobre todo, indomable. Insisto, es el mejor gasto personal que puedo hacer en ellos, pase lo que pase, caiga quien caiga, me cueste lo que me cueste y le pese a quien le pese.