British moments

 TAGS:Diario IDEAL, 6 noviembre 2013

A estas alturas de película no te puedo ocultar, querido lector, mi pasión por lo anglosajón. No en vano en algunos lugares me tachan de eso, tal vez por llevar lo de España sólo en mi pasaporte porque cuanto más salgo, menos español me siento. Y regresar a Gran Bretaña es siempre una experiencia, para mi, deliciosa aunque alguna compañía irlandesa te deje tirado como una cáscara de plátano tirado en el aeropuerto durante seis horas. Nunca más volveré a volar con Ryanair, dicho sea de paso. Pero pese a estas vicisitudes, volver a tierras de la reina Isabel, es todo un placer. Y créeme que daría lo que fuera por vivir en Londres, una de las capitales más atractivas y enigmáticas del mundo. Algo tiene esa ciudad q me subyuga de forma atroz, casi. No sési es el ambiente, los negocios, los restaurantes, el bullicio, las pintas de cerveza negra, las Chelsea girls o tan simple como estar rodeado de gente que piensa y actúa en muchas facetas de la vida, como tú. Respetan las colas, no pitan en los semáforos, se levantan de forma cortés en el bus o metro para ceder el sitio a un pelijas en manos de dos muletas o sonríen, sin más, de forma permanente en todos los establecimientos.

En esta ocasión he podido adentrarme en las entrañas de las islas, muy bien acompañado, para asistir a un espectáculo deportivo de primer orden mundial. Más allá de que el rugby sea otro gran descubrimiento de estos años, gracias a la pasión con las que lo viven mis hijos, Huddersfield me mostró, una vez más, cómo en esas tierra se respetan los símbolos, los himnos, las banderas, las canciones, las tradiciones. Es, simplemente, envidiable. Aquí somos tan desgraciados que ni nuestro himno tiene letra. Los intentos han sido abortados por ese complejo acomplejante de lo ‘políticamente correcto’ que nos ha condenado a ser seres sin opinión ni relevancia. Lo dijo Sádaba hace un par de años. Es la peor condena que tenemos como país. Ser prisioneros de lo ‘políticamente correcto’. Por eso uno aún alucino cuando en otros lares, nadie lo practica, te guste o no. Porque lo natural es natural. Natural es que en noviembre se rememore a los caídos en la 2ª Guerra Mundial y todo el mundo lleve su ‘poppy’ cosido al ojal de su chaqueta o abrigo, seas el panadero o el presentador del telediario de máxima audiencia. Natural es que tus soldados, de tierra, mar y aire pueden portar banderas de equipos diferentes, sin que ello suponga ejemplo de represión alguna, y que unos ‘casacas rojas’ porten una copa entre el griterío y alborozo de más de veinticuatro mil personas, o como todo un estadio se pone en pie para oír y respetar los himnos. ¿Recuerdan el gesto de Bolt en los JJOO cuando sonaba el himno de EEUU o el gesto de nuestro cafre Zapatero aquel 2003 en la Castellana? Todo un ejemplo de qué es estar entre los mejores o cómo representar la más zafia falta de educación por más ‘progreinculto’ que seas.

En fin, es todo un placer y todo un balón de oxígeno salir de este país. Lo hago con frecuencia y cada vez me alegro más. Porque se confirma, día tras días, que somos la tierra ideal para veranear o jubilarse. Poco más. Porque por muy españoles que nos sintamos, a mí en mi país no se me reconoce como español, no se reconoce mi bandera y encima, si la usas, aún hay tarados mentales que creen que representas no sé qué tendencia política o visión del pasado.

Por eso me coloco la camiseta de ‘England’ y así, asunto arreglado. Y por cierto, para quienes piensen que Gibraltar será alguna vez español, que se olviden. Dudo que los llanitos quieran a chorizos en sus despachos administrativos. Me encanta ir a Main Street y comer y beber como lo hacen ellos. Y también se me saltan las lágrimas con el ‘God Save the Queen’. Esta vez lo oí en directo mientras que me unía junto a mis hijos, en una larga cadena de brazos entrelazados donde el pasado, presente y futuro es siempre motivo de orgullo. Y por si les faltara poco, es la tierra de Bond, James Bond.