La anécdota del consolador en la maleta

 TAGS:Diario IDEAL, 27 Noviembre 2013

Recuerdo aquel día en el que una escritora de fama nacional -ignoro si de fama internacional- visitaba nuestra capital de Santo Reino. Aquella escritora decidió venir en tren con tan mala fortuna que o no se enteró bien o no sé qué pasó con exactitud pero la cuestión es que llegó la estación de Linares-Baeza. Allí la esperaban para traerla hasta Jaén donde por la tarde impartiría una majestuosa conferencia -que no fue tal-, y al hacer ademán de subir su maleta al coche de las personas que la esperaban, la abrió para meter o sacar algo (no lo recuerdo con exactitud), dejando a la vista de todos un enorme falo mecánico. No sabemos si en realidad lo que quiso es mostrarlo. Aquella escritora montó el numerito en Jaén y se fue por donde vino, sin pena ni gloria.

La anécdota del consolador de la escritora viene a mi mente porque ese gesto de exhibicionismo es muy poco común entre los españoles. No el llevar un juguete de entretenimiento sexual, sino el hecho horrible de tener que abrir tu maleta en público.

Los que estamos acostumbrados a viajar vemos con frecuencia esa escena donde los guiris, rodilla en tierra, abren sus maletas sin ningún tipo de vergüenza. Bolsas y un manifiesto desorden generalizado es lo que suele verse en esa estampas. Sin embargo cuando nos obligan a los españoles a abrir nuestras maletas, nos invade un inmenso toque de narices porque no en vano, nuestra maleta es parte de nuestro territorio vedado a mirones de segunda y no porque portemos una vagina o pene artificial.

La maleta es ese espacio íntimo donde los españoles, por regla general, lo colocamos todo muy bien ordenadito. Nos jode enormemente que los fisgones del aeropuerto, por ejemplo, nos lo revuelvan buscando un