La manzana que mató a Blancanieves

 

 

 

 (Artículo NO publicado y sin explicación, en Diario IDEAL)

La verdad es que ando despistado sobre qué escribir. Parece que como no esté en tierras infieles no me visita la inspiración. Pero seguro que no es por eso. Es porque estoy como ausente de la realidad que nos rodea. O lo intento. Y lo intento porque me llega a intoxicar tanto que creo que por la noche tengo pesadillas. Sueño que viene a detenerme a mi casa. Que cuando me meten en el coche, alguien me coloca la mano sobre mi coronilla para que no me deje los cuernos pegados en el techo del coche. Porque tengo cuernos. Unos cuernos que me hacen parecerme a un cabrito grande y al hijo pequeño del diablo que se viste de Prada. Sueño que el coche me enseñan las facturas de todos los puticlubs que he visitado y me dicen que le tendré que lavar las bragas a todas las dignísimas meretrices a las que he pagado, a sus compañeras, madres, hijas y si tienen abuelas, también. Sueño que también, en el coche, mi ojete se convierte en la raja de un cajero automático donde toda una fila de viejetes a los que una voz en off los llama preferentistas, me meten, a puñados, tarjetas negras de visita que me van rozando y rajando los intestinos hasta convertirlos en papilla. ¿Imaginas lo que duele eso, querido lector?

En el mismo sueño, salto a un nuevo escenario y con barba ya, doy órdenes, para que los contadores de los dineros que amaso en la habitación de al lado salgan en sacas hacia un país llamado Suiza. En realidad regento un burdel. Pero no un burdel con aquellas meretrices a las que les tenía que lavar las bragas; no. Un burdel repleto de hombres y mujeres que sólo usan su boca para tomar, una y otra vez, la palabra de Dios en vano. Mujeres y hombres que infringen el séptimo mandamiento. Y me siento como la bruja de Blancanieves. Porque en realidad este burdel es como una gigante manzana envenenada y podrida. Me siento intocable. No como el del coche. Me siento poderoso porque sé que todo/a el/la que se acerque a morder, morirá y ni los príncipes azules convertidos en anuncios de galletas, podrán venir a salvar a los que muerden. Por mucho que recen. Por mucho que se confiesen. Por mucho que entonen aquello de ¡por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa! Porque en mi sueño, en esta parte del sueño, me miro y no me reconozco. Me pinto el pelo para disimular, pero mi barba atisba en cada cana, millones y millones de infracciones del octavo mandamiento.

Y empiezo a agobiarme porque en realidad me quiero a mí mismo como a nadie más. Miro a mi alrededor, mientras veo salir las sacas; veo las bragas tendidas del que las lavó, veo a mi cohorte de aduladores, azules como pitufos, que se emocionan con mi visión en una tele de plasma. Y me relajo. Pero sigo un poco agobiado. Cambia la escena otra vez y soy una mujer. Por más que me miro el ombligo veo en mí las bragas que antes lavé. Y voy depilada. Porque una chica como yo debe ir depilada. Íntegra. Porque como soy rubia de bote, no quiero que se me vea morenote. ¡Uf qué mal rollo de sueño! Esta parte es la que más me agobia.

Porque en realidad soy una ‘madam’. Y me veo en un otro coche. Entre dos señores. Sentada en la parte de atrás. Mis pies van enterrados en arenas movedizas. Me obligan a abrirme de piernas y enseñar, otra vez, las bragas al conductor. ¡Qué asco! Pienso. Pero el señor, a mi diestra, me susurra que así llegaré lejos. Y mientras me mete su sucia y asquerosa mano entre mis piernas, me coloca en los labios, una vez más, otra de las manzanas que yo mismo había ordenado envenenar para que todas las blancanieves del reino, cayeran muertas ante el poder de mis canosas barbas. Muerdo. Caigo en la trampa. Me despierto sudoroso. Y no lo puedo creer. Estoy ante una urna. Una urna electoral, ésa que todos los días me enseñan en los telediarios. Y lo que tengo en la mano no es una manzana sino una papeleta. El señor que tengo enfrente me dice ¡vota! Y yo voto. Pero la papeleta se escapa volando de la urna y cuando comienza a levantar su vuelo, suelta cagadas, a diestro y siniestro, llenando el espacio en el que estoy, de mierda. Mucha mierda, Una mierda que huele tan mal que me acuerdo del olor de las bragas que hace un rato tuve que lavar a mano. Una a una. ¡Y me despierto de verdad!

Convendrás conmigo querido lector que por mi salud onírica, debo permanecer lo más alejado posible de la realidad informativa que nos rodea porque si no lo hago, sueño que soy un votante. Y como tenga que votar con los que sueño, vamos a acabar todos envenenados porque visto lo visto, entre mierda y veneno andan mis sueños. ¿O es la realidad? ¡Caramba! Me siento como un Segismundo del siglo XXI en pleno año electoral.