Otra taza de té

 

Diario IDEAL, 30 julio 2014

El piloto rojo está encendido. El sonido burbujeante del agua hirviendo es señal de que falta poco para ese momento mágico en el que se pone a remojo el té y se consigue unos segundos de tranquilidad. Este invento del siglo diecinueve de origen irlandés siempre me ha fascinado. En mi cocina durante todo estos años de vida siempre ha habido una. Y me ha fascinado no solo por la rapidez con la que calienta el agua, sin por su efectividad. Así es la ‘kettle’. Todas las mañana, todas las tardes, todas las noches me acompaña cuando me preparo una taza de té. Ahora que los días son largos,que ya el tiempo no me apremia, que casi todo o que tenía que haber hecho en la vida está hecho, es cuando saborea una taza de té desde este balcón en el que me encuentro con vistas al mar. Me siento cada vez más y más veces a contemplar el mar, una puesta de sol o simplemente a oír el constante y narcotizante ir y venir de las olas que, desde hace ya varios años, me acompaña cada día.

Decidí que mi vida moderna había llegado a su fin. Ella se fue. Se fue como vino, discreta. La acompañamos en su último viaje. Allí estaban casi todos. También ellos. Desde entonces apenas si los he visto. Deben seguir su camino. Yo tracé demasiados a lo largo de mi vida y ahora es cuando, por fin, puedo saborear a qué sabe sólo un camino. El camino que me traza el simple discurrir de la yema de mi índice por el borde de esta taza que compré en un viejo mercadillo londinense. La loza blanca, con los años, ha mutado a verdosa. El té me lo hacen llegar unos viejos amigos desde China, como siempre, envasado en lujosas y doradas latas repletas de mensajes filosóficos que Confucio dejara como herencia unos cientos de años antes de Cristo.

Cuando acabo de dar vueltas con mi índice, doy un sorbo tranquilo, sosegado, disfrutando, permitiendo que ese intenso olor a flores que procede de mi taza inunde todo mi cuerpo que se mece mientras que el mar me saluda con su constante banda sonora. Una y otra vez. Un mantra que se repite infinitas veces. No necesito oír nada más. No necesito oír a nadie más. Lejos quedan aquellos días ruidosos en busca de la eterna repuesta por ciudades y pueblos de todo el mundo.

Ya no hay tiempo para eso. He decidido que mis maletas no se me moverán un metro más allá de donde están en la actualidad. Sólo el chasquido inicial que oigo cuando izo la vela de mi ‘doce metros’ es lo que me obliga a moverme. Pero ya no lo hago por tierra o aire. Siempre por mar. Aquí he de morir. En el agua. En el mar. En la mar. Este mar salado que me inunda de azul cada despertar. Agua donde han nadado mis sueños oceánicos como un ser acuoso. Agua purificadora, hervida, que ahora uso para prepararme otra taza de té.

PD: Ser acuoso

El día cargado de electricidad me hizo nacer entre

las yerbas de lo que permanecía atado a la tierra frugal.

Las cuentas del rosario sumaron el oxígeno, el carbono,

elevando al cuadrado tus sensaciones.

Ellas, en plomiza fusión, juntas para la comitiva del nasciturus,

saludaban a la nueva esencia, al que surge de la tierra preñada.

Y sin embargo, mojados tus brazos, aún mis lagrimas

no alejan la humedad de los sueños renacidos de tu ser

dejando un leve aroma a caricias lejanas; suave

perfume de salpicón de gotas de sudor para tu espalda

jadeante,tatuada de ríos salvajes, inhóspitos;

Tortuoso amanecer sin cadenas, raja el cielo azul,

destrona canciones para cunas vacías,

presagiando un trayecto en tu nave a la deriva,

en tu mirada, ahora, llena de mi ser acuoso, inocente.