Si la materia cambia…

Diario IDEAL, 5 febrero 2014

Un día le oí esta frase a Punset: ‘si la materia cambia, por qué no ha de hacerlo el ser humano’. La frase en sí tiene un gran calado. Un gran calado para lo que aprendemos cada día a que lo que nos rodea cambia; y cambia de forma constante. Porque la materia cambia; se transforma. Y aunque nosotros nos empeñemos en no hacerlo, eso cambios nos afectan de forma irremediable. Nuestro cuerpo es un buen ejemplo de ello. El tiempo nos afecta; nos envejece. Nuestras células se oxidan y por tanto, vamos perdiendo buena parte de nuestras mejores aptitudes. Pero ante esto, lo mejor es adaptarse. ¿Acaso con más de cuarenta estamos muertos y ya no nos queda más remedio que aguantarnos con lo que tenemos? La rigidez social de este país nos obliga a que a partir de esta edad, como te salgas de la foto, vas jodido. Y si es en lo laboral ni te cuento.

Sin embargo, la realidad está ahí para demostrar, una vez más, que podemos cambiar y ganar. Tenemos ejemplos de maravillosas mujeres que, a partir de los cuarenta, están en plena explosión de esplendor intelectual, por no decir, físico o sexual. ¿Y de nosotros? Aunque en el fondo seamos terriblemente conservadores, cada día hay más ejemplos de que tras los cuarenta, hay vida. ¡Y mucha! Desde el punto de vista laboral es complejo, pero superada esta barrera, si tienes sangre, debes haber acumulado una serie de experiencias que deben servirte como tabla de salvación en momentos de zozobra. ¿Has pensado todo lo que has hecho hasta llegar aquí? Precisamente los de mi edad sabemos eso de que los empleos no son para siempre, pero tenemos una formación altamente cualificada, un importante acervo cultural y nos hemos criado en épocas en la que nuestros padres ganaban muy pocas pesetas, pero vivíamos de puta madre. Y fuimos inmesamente felices en nuestra niñez. Ellas están espléndidas, bellas, atractivas, arrasan por donde pasan. Ellos, aquí me incluyo, luchan cada día por cambiar, manifiestan una fuerza increíble. Fuerza a todos los niveles. La mejor la psicológica porque hemos asumido eso de que si la materia cambia, nosotros también. ¿Cuántos cuarentañer@s se asoman cada fin de semana a las miles de carreras urbanas que hay en España? Este pasado fin de semana he competido contra nadadores de mi edad y mayores porque hay competiciones para masters. Porque no todo va a ser para los jóvenes que ya lo tienen todo. En rugby he visto lo mismo. Pero a nivel profesional es cada día más evidente que el cambio empresarial que se está produciendo en España, lo están liderando personas de nuestros corte, porte y edad, a los que nadie nos dicta lo que debemos hacer. Ni Dios, ni patria, ni justicia, ni partidos de mierda, ni sindicatos de ladrones. Me muevo entre los cuarenta y cincuenta. Cada día conozco más ejemplos de ello. Ejemplos de éxito y/o fracaso (¿acaso el fracaso no es el mejor camino para llegar al éxito?). La madurez juega en este caso a nuestro favor. Somos más sosegados pero lo suficientemente vigorosos para no temer a pimplarnos ciento diez kilómetros en una montaña y sudar la camiseta durante casi veintiocho horas por el mero placer de superar retos y ver dónde está nuestro límite, reto que no es más que otro peldaño en nuestra escalera de los cambios y adaptación a los nuevos tiempos. Ni señores, ni vasallos. Somos dueñ@s de nuestras vidas.

¿Debemos asumir que lo que somos en este presente debe ser así ‘sine die’? Me niego a que sea así. Esta vida es una. Unica. No hay más oportunidades. Por eso no me canso en cambiar, aprender, adaptarme a los tiempos que vivimos con la mente abierta porque los cambios siempre son buenos. Incluso aquellos que llegan por las frustraciones, errores, engaños o el simple devenir del tiempo que, como digo, ya nos trae una degeneración inevitable.

Me encuentro entre ese grupo de personas de más cuarenta con más energía que los de veinte, que desea mejorar cada día en nuestras aptitudes innatas cultivando esa actitud de cambio. Empecé a correr a los cuarenta porque Clint Eastwood lo hizo con el piano y para mí era una lección de que tras esa cifra hay un mundo inmenso por delante. Pero estoy convencido que me pasará con los cincuenta, sesenta y así hasta que se acabe. Si no pasa nada la década de los sesenta los dedicará a navegar. Porque no me quiero ir de aquí sin recorrer todos los mares que me sea posible. Tendré que aprender a navegar, a interpretar mapas y quién sabe si lo tendré que vender todo para cumplir ese sueño, pero no me resignaré a quedarme en una casa esperando que mis hijos o nietos me digan ven o vas. Y con setenta, quizá, a relatarlo todo. Porque el tiempo, he dicho, juega en nuestra contra. Por eso cultivo mi mente y mi cuerpo para afrontar el futuro con dignidad y que pueda realizar toda la lista de cosas que llevo en el ‘debe’ de mi contabilidad vital. Es la gran lección de la frase Punset. Yo soy un convencido de ello. Por eso no me canso de cambiar. Me gusta cambiar. Lo hacen hasta los gusanos para llegar a ser maravillosas mariposas.

Pero el mejor y más grandioso ejemplo lo tenemos, simplemente, en el ejercicio de mirar al cielo. Si es de noche, veremos estrellas. Si es de día, sol y nubes. Todos ellos cambian por segundo. Sin embargo, en ese gesto de mirar hacia el cielo, está lo más maravilloso de todo: ver y contemplar nuestros sueños. Y para llegar a ellos, sólo hay que cambiar… como la materia.