Sospechosos habituales

Sentado en el borde de mi cama, recordaba cómo unos besos pueden llegar a convertirse en sospechosos habituales.

Sospechas de tu corazón, que se acelera.

Sospechas de tus labios, que se mojan.

Sospechas de tus ojos, que se cierran. 

Sospechas de tus manos, que sudan.

Sospechas de tu alma, que se escapa. 

Y sobre todo, sospechas de tí mismo, que por unos besos,
desabrochas hasta la capa que cubre la noche sobre la ciudad.